
NO HAY PERO CIEGO…
Eladia Saya
En 1848 Karl Marx escribía junto a Engels el Manifiesto Comunista en el que, entre otras ideas, planteaba que la burguesía, con su sistema de explotación, estaba generando a sus propios enterradores, los obreros. Este rol de los obreros se lograría a través de una toma de conciencia de clase basada en la idea de que el burgués es rico porque explota y empobrece a sus empleados, que no es el amigo que generosamente ofrece un puesto de trabajo sino que es su enemigo, y que eso ha sido así históricamente.
Esta es la premisa básica en la cual se han basado los movimientos obreros que se han organizado desde el siglo XIX logrando mejoras sustanciales en las condiciones de trabajo, de vida y en el respeto a los derechos humanos. Pero pese a todos estos avances, que son tangible, concretos, verdaderos, y que se han logrado a partir de esa toma de conciencia clasista, muchos integrantes del colectivo obrero y de la clase baja en general a la hora de pensar en a quién confiarían los cargos electivos de conducción regional o nacional se dejan embelesar por la palabra salvadora de un empresario, que aparece como el mesías esperado.
Que la clase empresarial designe a alguno de sus miembros para confiarle la dirección de los destinos de un país es lógico. Lo que no es lógico o por lo menos rechina un poco (bastante) es la clase baja confiando en que algún miembro de la clase empresarial podrá modificar sustancialmente sus condiciones de vida. La evidencia histórica ha demostrado que esto no es el común denominador. Que han existido miembros de los sectores acomodados que han ayudado a sus empleados es verdad, negarlo sería de necios, pero que la regla general es que los oprimidos se ayudan entre sí y si han logrado el cambio ha sido a pulmón también es verdad, negarlo sería de necios.
En estos temas aún hace falta mucha conversación sin fanatismo, que a veces es muy difícil de conseguir, para que aquéllos que aún singuen creyendo en la generación espontánea de soluciones mágicas descubran por sí mismos que tales posibilidades no existen, y se quiten las vendas que no les permiten ver la realidad tal cual es, aunque cada vez me convenzo más de que no hay peor ciego que el que no quiere ver, lamentablemente. Esto que parece un razonamiento tan trivial es parte de nuestra realidad diaria, y no es solo poroducto de la ignorancia o la falta de información. Hay algo más. La aceptación de un discurso burgués mesiánico ha calado muy hondo. Basta con darse una vuleta, por ejemplo, por las redes sociales, siempre tan plurales,
La burgesía no solo ha generado a sus propios enterradores, que podría ser entedido como un daño colateral, también ha generado a sus lacayos, que en el afán del servilismo olvidan a sus iguales y niegan lo que es real. Históricamente real.



